El jaque de Avelina

Causa bastante curiosidad que encumbrados jerarcas del mundo de la crítica, el profesorado y la curaduría (Desde la Patagonia a Tijuana) tengan entre sus angustias, las consideraciones de creciente popularidad de la crítica mexicana Avelina Lesper quien padece el epíteto institucional de ser alguien semiculto y de pensamientos fáciles y poco profundos. Son muchos otros quienes, por fundadas razones, piensan lo opuesto.

Sin embargo, al hombre de buen juicio no le basta que las razones sean emitidas por una autoridad respetable como la iglesia, el estado, la prensa, el MOMA o el mismísimo Duchamp y sus discípulos. El hombre agudo desea indagar por sí mismo; aspira adecuar sus pensamientos a la realidad y a purificarlos mediante un raciocinio juicioso, prolijo y sencillo.

El hombre probo, hambriento de justipreciar las cosas, no se queda con la imagen de señora fanática sino que prefiere leer entre líneas aquello que se esconde entre las posiciones, sin duda apasionadas, de Lesper y sus opositores ideológicos. Ambos discursos sugieren cosas importantes dilucidadas por el lector agudo. Este texto busca ser un aporte a los momentos de silencio que surgen entre las palabras.

Abrazado a la disciplina concreta del buen pensar, al sensato le preocupa el calificativo peyorativo contra quien cuestiona la institucionalidad, tal y como lo ha padecido Avelina Lesper al señalar que las universidades e instituciones culturales han dedicado sus esfuerzos sólo a ciertas áreas de las artes dejando abandonadas otras áreas de igual o mayor importancia.

El hombre prudente no se suma docilmente a las fanaticadas sino que prefiere preguntar antes de tomar partido o alejarse discretamente de la discusión.

El hombre sagaz entiende que la historia tiene avances y retrocesos y no cree necesariamente, que el relato del vencedor contenga indiscutibles conclusiones de aquello que es la verdad y el bien. El hombre integral duda y se pregunta:

¿Es acaso mentira que la revolución de la vanguardia ha atropellado al oficio artístico considerado como la mejor llave hacia la comprensión y adaptación de múltiples lenguajes visuales? ¿Es falso que el oficio artístico es un patrimonio cultural que no debe ser afectado por ninguna doctrina estética o filosófica por la simple razón de que allí se encuentra un acumulado histórico que es propiedad de todos? ¿No es verdad que un aspirante a escultor clásico no hallaría en nuestro país ningún apoyo ni espacio que permita su formación? ¿Es un gran pecado suponer que la relatividad no da patente de corso a los profesionales titulados por las facultades de arte que ignoran el oficio artístico? ¿Es falso que, en su afán de adoctrinar en los dogmas de Duchamp, los pénsum de las carreras de artes fueron deformados a tal punto que la acumulación de conocimiento artístico no es viable? ¿Están obligados los estudiantes a ser talentosos y además tienen que ser adivinos de sus herramientas básicas? ¿Es incuestionable que la poesía pelea con el abecedario?

¿Es injusta la queja de Avelina Lesper?

Sin querer abrazar sus tesis de una manera apresurada, el transeunte puede pensar que las demasías discursivas de Avelina Lesper tienen por raiz un desequilibrio institucional muchisimo más excesivo y perjudicial. ¿Qué hacer? (Quizás esa sea la pregunta capital de este escrito) ¿Reconocen las universidades y las instituciones del arte sus descuidos y excesos o son presas del conservadurismo cómodo? ¿Tomarán algunas decisiones equilibradas o preferirán eternizarse en sus dogmas?

Monsieur Moustache afirmaba que el artista no se debe a su tiempo sino a su pueblo. Quizá veia ese temible señor que un artista que se debe a su tiempo se convertiría en borrego de las modas y desatendería las peculiaridades de todas aquellas cosas y personas que lo rodean. ¿Atenderán las academias a ese inteligente reclamo o seguirá siendo más sencillo hablar con grandilocuencia de orinales usando juicios de autoridad, hombres de paja, envenenando pozos y usando todas las otras falacias argumentativas con que esperan sostener la presunción de que una estética subalterna es la conclusión indiscutible de la historia del arte?

¿No es ridículo que, pese a la comunión exitosa entre el monumento y la artesanía, probada por miles de obras maestras durante toda la historia, se insista en la necesidad de que el gran artista debe ser, preferiblemente, un lisiado a menos que desee ser considerado por los “entendidos” como un semiculto incapaz de mandar a hacer sus obras?

Bajo el miedo absurdo de repetir el pasado, el burócrata del arte se dedica a acumular olvidos en pos de su búsqueda de lo esencial del arte; no recoge ni acumula conocimientos de otros momentos, purifica dogmáticamente mediante la amnesia y el monopolio educativo e institucional. ¿Cuánto conocimiento en oficios artísticos se ha perdido? ¿Corresponde a las futuras generaciones un trabajo de reconstrucción y rescate del conocimiento artístico?¿Cuál es el camino institucional que conducirá a reconstruir el conocimiento del oficio que con tanto fanatismo fue destruido por los estetas de vanguardia del siglo XX y sus epígonos del XXI?

¿Exagera Avelina cuando nos muestra a las academias actuales buscando lo que Papini llamó “El espejo que huye”?

Al parecer, los jerarcas del mundo del arte afirman que mientras Doña Avelina Lesper no esté sintonizada con el lenguaje institucional, sus juicios resultan demasiado facilistas, demasiado simplones, demasiado básicos, y sin rigor académico alguno. Ellos prefieren discusiones más agudas, como el decolonialismo, la deconstrucción, la transcorpopolítica, la poscontemporaneidad y los lios lyotardianos de “Pensar lo impensable”.

Se afirma categóricamente que las preguntas de Avelina no son pertinentes porque ya han sido superadas ¿Es de iletrados preguntar?

¿No es cierto que antes se usó el término “superar” para suprimir de la discusión universitaria conocimientos cuya validez actual es indiscutible?

¿Es ilícito preguntar a los jerarcas de la última vanguardia (que tanto exigen que se desatiendan las quejas de Avelina) porqué son tan dóciles con aquellos argumentos enrevesados e hilarantes que confirman su doctrina estética? ¿Porqué creen que renuevan el arte sólo con usar toda suerte de prefijos (pre, post, contra, trans, de, neo)?

¿Es acaso la señora Lesper una iletrada en asuntos de alta filosofía contemporánea y por ello no comprende la trascendencia de lo que denomina el arte VIP? ¿Son igualmente incultos otros autores como Marc Fumaroli, Tom Wolfe, Mario Vargas Llosa, Carlos Granés, Nicolás Gómez Dávila, Roger Kimball y muchísimos otros quienes señalan el deterioro de la cultura por efecto de la charlatanería pseudofilosófica? ¿No es evidente que, en su libro “Imposturas intelectuales”, Alan Sokal y Jean Bricmont ponen en ridículo las pretensiones científicas de autores recurrentes dentro de los discursos curatoriales como Guatari, Delleuze y Virilio?

¿No abundan en los textos de arte contemporáneo las falacias de causa falsa del tipo: “Los balones de fútbol son de cuero, el cuero sale de las vacas, las vacas comen pasto, luego los balones deben ir al pasto”? Basta con mirar las explicaciones del “Gran Vidrio” de Duchamp para que esta pregunta sea inevitable.

¿Es necesario cercenar la duda razonable? ¿Es un imperativo de la comprensión del arte contemporáneo suponer que no existe la idea errada, el farsante de buena fe ni la confusión?

Alguien confundido pone algo en el museo y es arte.

Alguien confundido pone una bicicleta en el aeropuerto y se transforma en avión.

Alguien confundido halla un diploma de Harvard en el baño y cree que es papel higiénico.

Alguien confundido encuentra un cadáver en la calle y cree que es mobiliario público.

En el evangelio actual las cosas son aquello que determina el espacio en el que se hallan.

¿Para ser digno ciudadano de la república de la cultura avantgarde es necesario creer que el futuro del arte nos condena a un infinito Duchamp reloaded?

¿Es erróneo opinar que la estética iniciada por Duchamp se funda en una falacia argumentativa llamada “Juicio de autoridad”? ¿Es mentira que todo juicio de autoridad genera relaciones primitivas semejantes a las del fanático religioso con su pastor? ¿Validar la naturaleza artística de algo porque el artista lo dice o porque la institución lo cobija es un acto de recontextualización o es un simple juicio de autoridad tan primitivo como todos los otros juicios de autoridad? Obviamente, el juicio de autoridad institucionalizado explica la creciente importancia de los curadores y los críticos dentro de la dinámica del arte actual.

El nexo social, la posición desde la cual se valide una obra, y la firma empiezan a tener mayor importancia que la obra en sí misma precisamente porque lo valioso no es la obra sino la autoridad institucional, el prestigio del artista o del curador que le cobija y como dice Hughes: “El alto precio con el que se acallan las voces críticas.”

¿Alguien es intelectualmente menos respetado por no creer en un juicio de autoridad al que venden como la cima de la reflexión artística?

Si el discurso del arte último está repleto de falacias argumentativas…¿es menos docto quien no las acepta como alto pensamiento?¿Porqué razón las falacias argumentativas no se estiman como valiosas en ninguna otra disciplina del conocimiento y se consideran la piedra filosofal en el conceptualismo artístico?

El problema de Avelina Lesper no es, en realidad, la flojedad de sus discursos (cargados en ocasiones de un chocante sentido común) sino el jaque exitoso con que amenaza a la burocracia del arte.

Pese a su gran altoparlante cultural, la actual vanguardia no es la cumbre del arte porque en el arte no existe la evolución, ni el pasado, sólo los centros y la voluntad estética.

La incuestionable y cómica cojera filosófica de los seguidores de Duchamp, (aunque quieran blindarse con camisetas de Hegel y Kant) nos brinda una mera importancia antropológica, un interés estético pequeño y cientos de capítulos, repletos de jocundia, que harán las delicias de los historiadores del futuro.

Se acusa a quienes no comparten como propio al jucio de autoridad nacido en Duchamp de estar afectados por una melancolía por el pasado. ¿Y qué? ¿El pasado es un camino prohibido? ¿Cuál es el pasado que repitió el renacimiento? ¿Cuál es el pasado que repitió el neoclasicismo? ¿Cuál es el pasado repetido por los nazarenos? ¿Cuál es el pasado repetido por los prerrafaelitas? ¿Cuál es el pasado que repitió el academicismo del siglo XIX? ¿Se teme al pasado o a la ruptura de un monopolio?

En épocas oscurantistas repletas de dogmas y analfabetismo, el patrocinio de la brutal aristocracia y del clero manipulador se volcaba sobre los esfuerzos de miles de artesanos humildes que durante generaciones, construyeron palacios, catedrales, geniales pinturas, soberbias esculturas y mil cosas serviles que poco hablan de la gloriosa autonomía del individuo. Hoy, época en que la razón impera de la mano de una democracia crítica y de mil artistas letrados, inteligentes y autónomos, el patrocinio fluye aún y los actuales “doctos” muestran, como efigies de su alta cultura, letreros de sopas enlatadas, edificios de oficinas, grietas en el piso, orinales blanqueados y enlatados llenos de mierda.

La dignidad del árbol está en sus frutos.

Gustavo Rico Navarro

PD:

Pero no todo es feliz.

Ante estos cuestionamientos, los gritos desesperados y desencajados de “¡Charlatana! ¡Charlatana!” emitidos por un desnudado Antonio Caro, hablan del drama humano de quien desperdició su vida por creer ciegamente en que algo es “algo” porque la autoridad lo dijo.

(Guadalajara, México- 2016)